La
cuarta sesión del Club de lectura estuvo dedicada al análisis del cuento Caperucita Roja a partir de la
interpretación propuesta por la escritora Angela Carter en su cuento En compañía de lobos, historia llevada
al cine por el director irlandés Neil Jordan. El objetivo de la discusión fue
revelar los mensajes implícitos en la obra de Charles Perrault y revisarlos a
la luz de los aportes de la crítica feminista.
En
primera instancia, recordamos la historia que desde una lectura literal nos ofrece el cuento: la niña que es enviada por la madre a llevar
comida a su abuelita y, en el camino, se encuentra con un lobo que le tiende
una trampa para comérsela. Valga recordar que, a diferencia de la versión
posterior de los Hermanos Grimm, donde Caperucita es salvada por un cazador y
su abuela sacada del estómago del lobo, en el relato de Perrault los hechos son
crudos: la abuela y la niña son tragadas por la bestia sin ser auxiliadas.

“Aquí
vemos que en la adolescencia,
en
especial las señoritas,
bien
hechas, amables y bonitas
no
deben a cualquiera oír con complacencia,
y
no resulta causa de extrañeza
ver
que muchas del lobo son la presa.
Y
digo el lobo, pues bajo su envoltura
no
todos son de igual calaña:
los
hay con no poca maña,
silenciosos,
sin odio ni amargura,
que
en secreto, pacientes, con dulzura
van
a la siga de las damiselas
hasta
las casas y en las callejuelas;
mas
bien sabemos que los zalameros
entre
todos los lobos, ¡ay!, son los más fieros.”
Tales
factores nos dejan claro que la historia narrada funciona como una metáfora
para abordar de manera didáctica un tema complejo y urgente relacionado con la
sexualidad femenina. Pero antes de adentrarnos en tal interpretación,
revisaremos un par de elementos propios de la lectura intertextual y el
contexto de la obra.

Por
otra parte, al analizar este tipo de cuentos folclóricos, es importante recordar
su función educadora, como lo ha planteado Lucie-Anne Skittecate:
“…los cuentos ponen en escena
nuestros fantasmas por medio de estructuras estereotipadas donde las
represiones son levantadas de acuerdo a meticulosos cálculos. Los momentos
cruciales de la existencia: los terrores infantiles de devoración, la
interrogación acerca de la sexualidad y el nacimiento, los deseos edípicos, se
proyectan en ellos como imágenes de fuerza… que obedecen a los procesos
inconscientes (condensación, disfraz, desplazamiento y metamorfosis) y que no
necesitan para nada de sustitutos intelectuales para ser significantes…”
Los silencios de Yocasta

Es
en este punto en el que nos adentramos en el análisis crítico-inferencial de la
historia. Para ello, como se mencionó anteriormente, recurriremos a la
interpretación de Angela Carter, quien, al igual que muchas feministas, se
pregunta: “¿qué le enseñan los cuentos de hadas a las niñas y mujeres sobre la
feminidad? Retomando el carácter de estos cuentos, debemos recordar que su
fuerte influencia en la psiquis colectiva se da por la forma onírica en que se
construye el relato fantástico, es decir, por su similitud con los sueños y las
fantasías (especialmente infantiles). Así, las historias con animales que
hablan, bosques encantados, objetos mágicos y sujetos con poderes especiales,
además de obedecer a una estética literaria, resultan convenientes para
ingresar más fácilmente en el inconsciente del niño (y también del adulto). De esta
manera, la identidad infantil se ve marcada por las actitudes de aquellos
personajes fantásticos que se funden entre el relato y el sueño.
A
lo anterior cabe agregar el carácter repetitivo con que se suelen contar estas
historias, hecho reforzado actualmente por las adaptaciones audiovisuales que
han convertido a industrias como Disney en centros difusores de estereotipos
femeninos propios del sistema patriarcal –piénsese en el caso de las populares “princesas”-.


En
En compañía de lobos la muerte de la
abuela no es un crimen, sino un acto simbólico de iniciación de la jovencita:
significa su ruptura con la mujer construida por los modelos machistas que
educaron a la anciana. Rosaleen negocia con el hombre lobo, evidencia su
fragilidad masculina y se deja seducir por la libertad que le ofrece. Finalmente,
la joven adolescente se convierte en loba, hecho retratado poéticamente por
Neil Jordan en su película al presentar una jauría de lobos que se toman los
sueños y la realidad de la niña. Caperucita lucha, llora y crece.
Estas breves reflexiones nos llevan a señalar la
obra conjunta de Carter y Jordan como un valioso aporte en la
construcción de una sociedad que lucha por liberarse de los estereotipos y las
barreras que han negado a la mujer la posibilidad de ser. Perrault escribió un
cuento para advertir a las jovencitas el peligro que corrían a causa de su
fragilidad femenina; Carter y Jordan han transformado su historia en otro tipo
de advertencia: es preciso que la niña salga del camino, explore el mundo y,
ejerciendo el poder de su libertad, aprenda a vivir en compañía de lobos.
“La cura viene con el tiempo y la
herida cicatrizó, pues ella era solamente una muchacha que salió del sendero en
el bosque y recordó lo que había descubierto allá. Volvió al bosque y allí
anduvo y anduvo...”
En compañía de lobos, película
“¡Mirad! Ella duerme, dulce y
profundamente, en la cama de abuelita, entre las zarpas del tierno lobo.”
En compañía de lobos, cuento
Referencias:
Skittecatte, L. A. (2005) Los silencios
de Yocasta. Ciudad de México, México: Siglo veintiuno editores
A continuación presentamos una traducción del cuento de Angela Carter tomada de la red:
En compañía de lobos
(The Company of Wolves)
Angela Carter
Una fiera y sólo una aúlla en las noches del bosque.
El lobo es carnívoro encarnado y es tan ladino como feroz; si ha gustado el sabor de carne humana, ya ninguna otra lo satisfará.
De noche, los ojos de los lobos relucen como llamas de candil, amarillentos, rojizos; pero ello es así porque las pupilas de sus ojos se dilatan en la oscuridad y captan la luz de tu linterna para reflejarla sobre ti... peligro rojo; cuando los ojos de un lobo reflejan tan sólo la luz de la luna, destellan un verde frío, sobrenatural, un color taladrante, mineral. El viajero anochecido que ve de súbito esas lentejuelas luminosas, terribles, engarzadas en los negros matorrales, sabe que debe echar a correr, si es que el terror no lo ha paralizado.
Pero esos ojos son todo cuanto podrás vislumbrar de los asesinos del bosque que se apiñan, invisibles, en torno de tu olor a carne, si cruzas el bosque a horas imprudentemente tardías. Serán como sombras, como espectros, los grises cofrades de una congregación de pesadilla; ¡escucha!, escucha el largo y ululante aullido..., un aria de terror súbitamente audible.
La melopea de los lobos es el trémolo del desgarro que habrás de sufrir, de suyo una muerte violenta.
Invierno. Invierno y frío. En esta región de bosques y montañas no ha quedado para los lobos nada que comer. Sin cabras ni ovejas, ahora encerradas en los establos, sin los venados que han partido hacia laderas más meridionales en busca de las últimas pasturas, los lobos están enflaquecidos, hambrientos. Tan escasa es su carne que podrías contar, a través del pellejo, las costillas de esas alimañas famélicas, si acaso te dieran tiempo antes de abalanzarse sobre ti. Esas mandíbulas que rezuman baba; la lengua jadeante; la escarcha de saliva en el barbijo canoso. De todos los peligros que acechan en la noche y el bosque −aparecidos, trasgos, ogros que asan niños en la parrilla, brujas que ceban cautivos en jaulas para sus festines caníbales−, de todos, el lobo es el peor porque no atiende razones.
En el bosque, donde nadie habita, siempre estás en peligro. Si traspones los portales de los grandes pinos, allí donde las ramas hirsutas se enmarañan para encerrarte, para atrapar en su red viajero incauto, como si la vegetación misma estuviera confabulada con los lobos que allí moran, como si los pérfidos árboles salieran de pesca para sus amigos..., si traspones los portales del bosque, hazlo con la mayor cautela y con infinitas precauciones, pues si por un instante te desvías de tu senda, los lobos te devorarán. Son grises como la hambruna, despiadados como la peste.
Los niños de ojos graves de las desperdigadas aldehuelas, siempre llevan cuchillos cuando salen a pastorear las pequeñas majadas de cabras que proveen a las familias de leche agria y quesos rancios y agusanados. Sus cuchillos son casi tan grandes como ellos; y las hojas se afilan cada día.
Pero los lobos saben cómo allegarse hasta tu mismo fogón. Y aunque nosotros no les damos tregua, no siempre conseguimos mantenerlos a raya. No hay noche de invierno en que el leñador no tema ver un hocico afilado, gris, famélico, husmeando por debajo de la puerta; y cierta vez una mujer fue atacada a dentelladas en su propia cocina mientras colaba los macarrones.
Teme al lobo y huye de él; pues lo peor es que el lobo puede ser algo más de lo que aparenta.
Hubo una vez un cazador, cerca de aquí, que atrapó un lobo en un foso. El lobo había diezmado los rebaños de cabras y ovejas; se había comido a un viejo loco que vivía solo en una choza montaña arriba, entonando alabanzas a Jesús el día entero; había atacado a una muchacha que estaba cuidando sus ovejas, pero ella había armado tal alboroto que los hombres acudieron con rifles lo ahuyentaron y hasta trataron de seguirle el rastro entre fronda; pero el lobo era astuto y les dio fácilmente el esquinazo. Así que este cazador cavó un foso y puso en él un pato, a modo de señuelo, vivito y coleando; luego cubrió el foso con paja untada de excrementos de lobo. Cuac, cuac, gritaba el pato, y un lobo emergió sigiloso de la espesura; un lobo grande, corpulento, pesado como un hombre adulto: la paja cedió bajo su peso y el lobo cayó en la trampa. El cazador saltó detrás de él, lo degolló y le cortó las zarpas a modo de trofeo; pero de pronto ya no fue un lobo lo que tuve delante, sino el tronco ensangrentado de un hombre, sin cabeza, sin piernas, moribundo, muerto.
En otra ocasión, una bruja del valle transformó en lobos a todos los convidados a una fiesta de bodas, y ello porque el novio había preferido a otra muchacha. Solía ordenarles, por despecho, que la fueran a visitar de noche y entonces los lobos se sentaban alrededor de su cabaña y le aullaban la serenata de su infortunio.
No hace mucho, una joven mujer de nuestra aldea casó con un hombre que desapareció como por encanto la noche de bodas. La cama estaba tendida con sábanas nuevas y sobre ellas se acostó la recién casada; el novio dijo que salía a orinar, insistió en ello, por pudor, y entonces ella se tapó con el edredón hasta su barbilla y así lo esperó. Y esperó, y esperó, y siguió esperando −¿no está tardando demasiado?− hasta que al fin se incorpora de un salto y grita al oír un aullido que el viento trae desde la espesura.
Ese aullido largo, modulado, parecería insinuar, pese a sus escalofriantes resonancias, un trasfondo de tristeza, como si las fieras mismas desearan ser menos feroces mas no supieran cómo lograrlo y no cesaran nunca de llorar su desdichada condición. Hay en los cánticos de los lobos una vasta melancolía, una melancolía sin fin como la misma floresta, interminable como las largas noches del invierno. Y sin embargo esa horrenda tristeza, ese condolerse de sus propios, irremediables apetitos, jamás podrá conmovernos, ya que ni una sola frase deja entrever en ellos una posible redención; para los lobos, la gracia no ha de venir de su propio desconsuelo sino a través de un mediador; y es por ello que se diría, a veces, que la fiera acoge casi con regocijo el cuchillo que acabará con ella.
Los hermanos de la joven registraron cobertizos y graneros mas no hallaron resto alguno; de modo que la sensata joven secó sus lágrimas y se buscó otro marido menos tímido, que no tuviera empacho en orinar en un cacharro y en pasar las noches bajo techo. Ella le dio un par de rozagantes bebés y todo anduvo sobre ruedas hasta que cierta noche glacial, la noche del solsticio, el momento del año en que las cosas no engranan tan bien como debieran, la más larga de todas las noches, su primer marido volvió a casa.
Un violento puñetazo en la puerta anunció su regreso cuando ella revolvía la sopa para el padre de sus hijos; lo reconoció en el instante mismo en que levantó la tranca para hacerlo pasar, pese a que hacía años que había dejado de llevar luto por él, y que el hombre estuviera ahora vestido de harapos, el pelo pululante de pulgas colgándole a la espalda, sin haber visto un peine en años.
−Aquí me tienes de vuelta, doña −dijo−. Prepárame un plato de coles. Y que sea pronto.
Cuando el segundo marido entró con la leña para el fuego y el primero comprendió que ella había dormido con otro hombre, y lo que es peor, cuando clavó sus ojos enrojecidos en los pequeñuelos que se habían deslizado hasta la cocina para ver a qué se debía tanto alboroto, gritó: ¡Ojalá fuera lobo otra vez para darle una lección a esta puta! Y al punto en lobo se convirtió y arrancó al mayor de los niños el pie izquierdo antes de que con el hacha de cortar la leña le partieran en dos la cabeza. Pero cuando el lobo yacía sangrando, lanzando sus últimos estertores, su pelaje volvió a desaparecer y fue otra vez tal como había sido años atrás cuando huyó del lecho nupcial; y entonces ella se echó a llorar y el segundo marido le propinó una tunda.
Dicen que hay un ungüento que te ofrece el Diablo y que te convierte en lobo en el momento mismo en que te frotas con él. O que había nacido de nalgas y tenía por padre a un lobo, y que su torso es el de un hombre pero sus piernas y sus genitales los de' un lobo. Y que también su corazón es de lobo.
Siete años es el lapso de vida natural de un lobizón, pero si quemas sus ropas humanas lo condenas a ser lobo por el resto de su vida; es por eso que las viejas comadres de estos contornos suponen que si le arrojas al lobizón un mandil o un sombrero estarás de algún modo protegido, como si el hábito hiciera al monje. Y aun así, por los ojos, esos ojos fosforescentes, podrás reconocerlo; son los ojos lo único que permanece invariable en sus metamorfosis.
Antes de convertirse en lobo, el licántropo se desnuda por completo. Si por entre los pinos atisbas a un hombre desnudo, deberás huir de él como si te persiguiera el Diablo.
Es pleno invierno y el petirrojo, el amigo del hombre, se posa en el mango de la pala del labrador y canta. Es, para los lobos, la peor época del año, pero esa niña empecinada insiste en cruzar el bosque. Está segura de que las fieras salvajes no pueden hacerle ningún daño pero, precavida, pone un cuchillo en la cesta que su madre ha llenado de quesos. Hay una botella de áspero licor de zarzamoras, una horneada de pastelillos de avena cocinados en la solera del fogón; uno o dos potes de mermelada. La niña de cabellos de lino llevará estos deliciosos regalos a su abuela, que vive recluida, tan anciana que el peso de los años la está triturando a muerte. Abuelita vive a dos horas de marcha a través del bosque invernal; la pequeña se envuelve en su grueso pañolón, cubriéndose con él la cabeza a guisa de caperuza. Se calza los recios zuecos; está vestida y pronta, y hoy es la víspera de Navidad. La maligna puerta del solsticio se balancea aún sobre sus goznes, pero ella ha sido siempre una niña demasiado querida como para sentir miedo.
En esta región agreste, la infancia de los niños nunca es larga, aquí no existen juguetes, de modo que desde pequeños trabajan duro y pronto se vuelven cautos; pero ésta, tan bonita, la hija más pequeña y un tanto tardía, ha sido mimada por su madre y por la abuela, que le ha tejido el pañolón rojo que hoy luce, brillante pero ominoso como sangre sobre la nieve. Sus pechos apenas han empezado a redondearse; su pelo, semejante al lino, es tan claro que casi no hace sombra sobre su frente pálida; sus mejillas, de un blanco y un escarlata emblemáticos; y hace poco que ha empezado a sangrar como mujer, ese reloj interior que sonará para ella de ahora en adelante una vez al mes.
Ella existe, existe y se mueve dentro del pentáculo invisible su virginidad. Es un huevo intacto, una vasija sellada; tiene en su interior un espacio mágico cuya puerta está cerrada herméticamente por una membrana; es un sistema cerrado; no conoce el temblor. Lleva su cuchillo y no le teme a nada.
De haber estado su padre en casa, tal vez se lo hubiera prohibido, pero él está en el bosque, cortando leña, y su madre es incapaz de negarle nada.
Como un par de quijadas, el bosque se ha cerrado sobre ella.
Siempre hay algo que ver en la espesura, incluso en la plenitud del invierno: los apiñados montículos de los pájaros que han sucumbido al letargo de la estación, amontonados en las ramas crujientes y demasiado melancólicos para cantar; las brillantes orlas de los hongos de invierno en los leprosos troncos de los árboles; las pisadas cuneiformes de los conejos y venados; las espinosas huellas de las aves; una liebre escuálida como una raja de tocino dejando una estela a través del sendero donde la tenue luz del sol motea las ramas bermejas de los helechos del año que pasó.
Cuando la niña oyó a lo lejos el aullido espeluznante de un lobo, su manita avezada saltó hasta el mango de su cuchillo, mas no vio rastro alguno de lobo ni de hombre desnudo; oyó, sí, un castañeteo entre los matorrales, y uno vestido de pies a cabeza saltó al sendero; muy joven y apuesto, con su casaca verde y el sombrero de ala ancha de cazador, y cargado de carcasas de ave; silvestres. Al primer crujido de ramas, ella tuvo ya la mano en la empuñadura del cuchillo, pero él al verla se echó a reír con destello de dientes blanquísimos y la saludó con una cómica pero halagadora reverencia; ella nunca había visto un hombre tan apuesto, no entre los rústicos botarates de su aldea natal, y así, juntos, continuaron camino en la creciente penumbra del atardecer.
Pronto estaban riendo y bromeando como viejos amigos. Cuando él se ofreció a llevarle la cesta, la niña se la entregó, aunque su cuchillo estaba en ella, porque él le dijo que su rifle los protegería. Anochecía, y de nuevo empezó a nevar; ella empezó a sentir los primeros copos que se posaban en sus pestañas, pero sólo les quedaba media milla de marcha y habría sin duda un fuego encendido, un té caliente y una bienvenida cálida para el intrépido cazador y para ella misma.
El joven llevaba en el bolsillo un objeto curioso. Era una brújula. La niña miró la pequeña esfera de cristal en la palma de su mano y vio oscilar la aguja con una vaga extrañeza. Él le aseguró que esa brújula lo había guiado sano y salvo a través del bosque en su partida de caza, ya que la aguja siempre decía con perfecta exactitud dónde quedaba el norte. Ella no le creyó; sabía que no debía desviarse del camino, pues si lo hacía podría extraviarse en la espesura. Él se rió de ella una vez más; rastros de saliva brillaban adheridos a sus dientes. Dijo que si él se desviaba del sendero y se adentraba en la espesura circundante, podía garantizarle que llegaría a la casa de la abuela un buen cuarto de hora antes que ella, buscando el rumbo a través del boscaje con la ayuda de su brújula, en tanto ella tomaba el camino más largo por el sendero zigzagueante.
-No te creo, y además, ¿no tienes miedo de los lobos?
Él golpeó la reluciente culata de su rifle y sonrió.
-¿Es una apuesta?, le preguntó; ¿quieres que apostemos algo? ¿Qué me darás si llego a la casa de tu abuela antes que tú?
-¿Qué te gustaría?, dijo ella no sin cierta malicia.
-Un beso.
Los lugares comunes de una seducción rústica; ella bajó los ojos y se sonrojó.
El cazador se internó en la espesura llevándose la cesta, pero la niña, pese a que la luna ya trepaba por el cielo, se había olvidado de temer a las fieras; y quería demorarse en el camino para estar segura de que el gallardo cazador ganaría su apuesta.
La casa de la abuela se alzaba, solitaria, un poco apartada del poblado. La nieve recién caída burbujeaba en remolinos en la huerta, y el joven se acercó con pasos cautelosos a la puerta, como si no quisiera mojarse los pies, balanceando su morral de caza y la cesta de la niña, mientras tarareaba por lo bajo una canción.
Hay un leve rastro de sangre en su barbilla; ha estado mordisqueando sus presas.
Golpeó a la puerta con los nudillos.
Vieja y frágil, abuelita ha sucumbido ya tres cuartas partes a la mortalidad que el dolor de sus huesos le promete y está casi pronta a sucumbir por completo. Hace una hora, un muchacho ha venido de la aldea para encenderle el fuego de la noche y la cocina crepita con llamas inquietas. Su Biblia la acompaña, es una anciana piadosa. Está recostada contra varias almohadas, en una cama embutida en la pared, a la usanza campesina, envuelta en la manta de retazos que ella misma confeccionó antes de casarse, hace ya más años que los que quisiera recordar. Dos perros cocker de porcelana, con manchas bermejas en el cuerpo y hocicos negros, están sentados a cada lado del hogar. Hay una alfombrilla brillante, tejida con trapos viejos, sobre las tejas acanaladas. El tic tac del gran reloj de pie marca el desgaste de las horas de su vida.
Una vida regalada ahuyenta a los lobos.
Con sus nudillos velludos, ha llamado a la puerta.
Tu nietecita, ha entonado, imitando una voz de soprano.
Levanta la aldaba y entra, mi queridita.
Se los reconoce por sus ojos, los ojos de una bestia carnicera, ojos nocturnales, devastadores, rojos como una herida; ya puedes arrojarle tu Biblia y luego tu mandil, abuelita, tú creías que ésta era una profilaxis segura contra esta plaga invernal... Ahora apela a Cristo y a su madre y a todos los ángeles del cielo para que te protejan, pero de nada habrá de servirte.
Su hocico bestial es filoso como un cuchillo; él deja caer sobre la mesa su dorada carga de roídos faisanes, y también la cesta de tu niña queridita. Oh, Dios mío, ¿qué le has hecho a ella? Fuera el disfraz, esa chaqueta de lienzo de los colores del bosque, el sombrero con la pluma ensartada en la cinta; el pelo enmarañado le cae en guedejas sobre la camisa blanca, y ella puede ver el bullir de los piojos. En el hogar los leños se agitan y sisean; con la oscuridad enredada en hirsuta melena, la noche y el bosque han entrado en la cocina.
Él se quita la camisa. Su piel tiene el color y la textura del pergamino, una franja erizada de pelo corre de arriba abajo por su vientre, sus tetillas son maduras y atezadas como frutos ponzoñosos, pero su cuerpo es tan delgado que podrías contarle las costillas bajo la piel si te diera tiempo para ello. Se quita los pantalones y ella ve cuán peludas son sus piernas. Sus genitales, enormes. ¡Ay, enormes!
Lo último que la anciana vio en este mundo fue un hombre joven, los ojos como ascuas, desnudo como una piedra, acercándose a su cama.
El lobo es carnívoro encarnado.
Cuando concluyó con la abuela se relamió la barbilla y pronto volvió a vestirse hasta quedar tal como estaba cuando entró por aquella puerta. Quemó el pelo incomible en el hogar y envolvió los huesos en una servilleta que escondió debajo de la cama, en el mismo arcón de madera en el que halló un par de sábanas limpias. Las tendió cuidadosamente sobre la cama, en reemplazo de las delatoras manchadas de sangre, que amontonó en la cesta de la ropa sucia, esponjó las almohadas y sacudió la manta, levantó la Biblia del suelo, la cerró y la puso sobre la mesa. Todo estaba igual que antes menos la abuelita, que había desaparecido. La leña crepitaba en la parrilla, el reloj hacía tic tac, y el joven esperaba paciente, ladino junto a la cama, con la cofia de dormir de la ancianita.
Tap-tap-tap.
¿Quién anda ahí?, trina en el cascado falsete de abuelita
Tu nietecita.
Y la niña entró trayendo consigo una ráfaga de nieve que se derritió en lágrimas sobre las baldosas, un poco decepcionada tal vez al ver sólo a su abuela sentada junto al fuego. Pero él de pronto ha arrojado la manta, ha saltado a la puerta y se ha apoyado contra ella de espalda para impedir que la niña vuelva a salir.
La niña echó una mirada en torno y advirtió que no había ni siquiera el hueco que deja una cabeza sobre la tersa mejilla de la almohada y, qué raro, la Biblia, por primera vez, cerrada sobre la mesa. El tic tac del reloj chasqueaba como un látigo. Quiso sacar el cuchillo de la cesta pero no se atrevió a extender el brazo porque los ojos de él estaban clavados en ella: ojos enormes que ahora parecían irradiar una luz única, ojos grandes como cuencos, cuencos de fuego griego, fosforescencia diabólica.
¡Qué ojos tan grandes tienes!
Para mirarte mejor.
Ni rastros de la anciana, excepto un mechón de pelo blanco adherido a la corteza de un trozo de leña sin quemar. Al verlo, la niña supo que corría peligro de muerte.
¿Dónde está mi abuela?
Aquí no hay nadie más que nosotros dos, mi adorada.
De pronto, un inmenso aullido se elevó en torno de ellos, cercano, muy cercano, tan cercano como la huerta; el aullido de una muchedumbre de lobos; ella sabía que los peores lobos son peludos por dentro, y tembló, pese al pañolón escarlata que se ciñó un poco más alrededor del cuerpo como si pudiera protegerla, aunque era tan rojo como la sangre que ella habría de derramar.
¿Quiénes han venido a cantarnos villancicos?, preguntó.
Son las voces de mis hermanos, querida; adoro la compañía de los lobos. Asómate a la ventana y los verás.
La nieve había obstruido la mirilla y ella la abrió para escudriñar el jardín. Era una noche blanca de luna y de nieve; la borrasca se arremolinaba en torno de las fieras grises, esmirriadas, que, sentadas sobre sus ancas en medio de las hileras de coles de invierno, apuntaban sus afilados hocicos a la luna y aullaban como si se les fuera a partir el corazón. Diez lobos; veinte lobos... Tantos lobos que ella no podía contarlos, aullando a coro, como enloquecidos o desesperados. Sus ojos reflejaban la luz de la cocina y centelleaban como centenares de bujías.
Hace mucho frío, pobrecitos, dijo ella; no me extraña que aúllen de ese modo.
Cerró la ventana al lamento de los lobos, se quitó el pañolón escarlata, del color de las amapolas, el color de los sacrificios, el color de sus menstruaciones y, puesto que de nada le servía su miedo, cesó de tener miedo.
¿Qué haré con mi pañolón?
Échalo al fuego, amada mía. Ya no lo necesitarás.
Ella enrolló el pañolón y lo arrojó a las llamas, que al instante lo consumieron. Se sacó la blusa por encima de la cabeza. Sus senos pequeños rutilaron como si la nieve hubiera invadido la habitación.
¿Qué haré con mi blusa?
También al fuego.
La fina muselina salió volando como un pájaro mágico en llamaradas por la chimenea, y ella ahora se quitó la falda, las medias de lana, los zuecos; y también al fuego fueron a parar y desaparecieron para siempre; la luz de las llamas se reflejaba en ella a través de los contornos de su piel; sólo la vestía ahora su intacto tegumento de carne. Así, incandescente, desnuda, se peinó el pelo con los dedos. Su pelo parecía blanco, blanco como la nieve de afuera. De pronto se encaminó hacia el hombre de los ojos color sangre con la desordenada cabellera pululante de piojos; se irguió en puntas de pie y le desabrochó el cuello de la camisa.
Qué brazos tan grandes tienes.
Para abrazarte mejor.
Y cuando por propia voluntad le dio el beso que le debía, todos los lobos del mundo aullaron un himno nupcial del otro lado de la ventana.
Qué dientes tan grandes tienes.
Advirtió que las mandíbulas de él empezaban a salivar, y la estancia se inundó del clamor del Liebestod de la selva, pero la astuta niña ni se arredró siquiera al oír la respuesta.
Para comerte mejor.
La niña rompió a reír. Sabía que ella no era comida para nadie. Se le rió en la cara, le arrancó la camisa de un tirón y la echó al fuego, en la ardiente estela de la ropa que ella misma se quitara. Las llamas danzaron como almas en pena en la noche de Walpurgis y los viejos huesos debajo de la cama empezaron a castañetear, pero ella no les prestó atención.
Carnívoro encarnado, sólo la carne inmaculada lo apacigua.
Ella apoyará sobre su regazo la terrible cabeza, le quitará los piojos del pellejo y se los pondrá, quizá, en la boca y los comerá como él se lo ordene, tal como lo haría en una ceremonia nupcial salvaje.
Cesará la borrasca.
Y la borrasca ha cesado dejando las montañas tan azarosamente cubiertas de nieve como si una ciega hubiese arrojado sobre ellas una sábana; las ramas más altas de los pinos del bosque se han enjalbegado, crujientes, henchidas de nieve.
Luz de nieve, luz de luna, una confusión de huellas de zarpas.
Todo silencio, todo quietud.
Medianoche; y el reloj da la hora. Es el día de Navidad, el natalicio de los licántropos, la puerta del solsticio está abierta de par en par; dejad que todos se hundan.
¡Mirad! Ella duerme, dulce y profundamente, en la cama de abuelita, entre las zarpas del tierno lobo.
La película de Neil Jordan está disponible en YouTube:
Muybuen material para analizar y validar las.lecturas
ResponderBorrarEn realidad esta historia me la leían mis papas cuando era pequeño. pero no de esa manera como la autora la ve, de manera despectiva y enfocándose a el ámbito sexual. creo que en la ultima época la mayoría de las autoras que escriben este tipo de textos son mujeres que tienen una forma de pensar tanto "feminista" y no imparcial, puesto que creen que siempre las mujeres están bajo un tipo de opresión,tortura o acoso.
ResponderBorrarcomo pasa cuando cualquier persona tiene una inclinación ya sea hacia algún movimiento político,social o religioso se aparta de la imparcialidad y muchas veces caen en el error de que todo lo que pasa es por la cual de lo que no esta con ellas en este caso los hombres somos los culpables de todos los problemas .
Un relato totalmente distinto al que he conocido tradicionalmente sobre caperucita roja. Bastante publico estará en desacuerdo con la historia, debido a que consideraran inapropiado el contenido hacia los lectores mas jóvenes, en este caso la comunidad infantil. Por mi parte, apoyo la manera como la autora se expresa durante el relato y como aborda el tema de la sexualidad, de tal manera rompiendo el esquema habitual de los cuentos de hadas, en los cuales siempre se ha expuesto o manifestado, que la belleza de la mujer es la que le conseguirá una vida perfecta o donde siempre las situaciones problemáticas, se resuelven de una manera muy "Infantil" sin sentido alguno.
ResponderBorrarAdemas de lo anteriormente dicho la autora trata de que las mujeres se identifiquen mas, ya que en el relato se narran situaciones o hechos naturales durante la etapa previa de desarrollo de la mujer, tales como la menstruación; de tal manera, la autora no trata de ofender, sino mas bien, de dar a conocer sucesos a los cuales esta acostumbrado el publico femenino, como lo son también, los acosos por parte de los "lobos", que abundan en la sociedad actual.
Muy buena versión del cuento, por lo que se ha visto últimamente en películas donde los papeles femeninos toman mayor importancia y se pasa de ser una víctima en el cuento a ser la heroína y el papel protagónico.
ResponderBorrarExcelente material de lectura ya que envuelve al lector y lo seduce con el suspenso que genera en cada línea, llevando a las personas a conocer una historia muy distinta a la tan contada a los niños por sus padres.
Con respecto al relato de caperucita roja, me parece que tiene un análisis muy interesante, ya que no solo busca criticar o ver dicha historia desde otro punto de vista, sino también busca dejar una gran enseñanza para los niños, pero mas que todo a los adolescentes, y en especial a mujeres, que en este caso corren mas peligro.
ResponderBorrarMe parece que habla cosas muy ciertas, o con las que estoy de acuerdo, nos muestra la realidad desde un punto de vista diferente, ademas nos hace reflexionar, y entender el irrespeto hacia muchas mujeres, con esto no solo me refiero a las "palabrotas" que reciben en la calle, las cuales para muchos son piropos o halagos, sino también me refiero al abuso por medio de miradas morbosas, o el famoso machismo que en la actualidad es muy común, y la mayoria ve como algo normal.
Gracias
pienso que de niño entendía esta historia de una manera totalmente diferente, simplemente que caperucita fue una niña,que desobedeció a su madre, y no se fue por el camino debido, por eso paso todo lo que paso. ahora en este momento, relaciono la historia de caperucita como una mujer que es victima de un hombre, que en este caso seria el lobo. un hombre peligroso como pueden haber muchos, pero se sigue mostrando como siempre la mujer es la victima,quizá el lobo no sale victorioso,pero si por lo menos logra algo de su objetivo. estaría bien que rompan este estereotipo de mujer victima de inculcar a las niñas atraves del cuento.- siempre tienes que obedecer-mira lo que les pasa a las mujeres desobedientes.y esto se ve desde los hogares las familias que crean este tipo de normas y les meten ideales locos a las niñas en donde estas se preguntaran ¿sera que si un hombre es desobediente le pasara lo mismo? como le va a pasar lo mismo si en este caso es el hombre el que hace daño. hacer una historia de caperucita donde los papeles se intercambien y sea ella la astuta y hábil esta muy bien es romper con estereotipos tontos que la gente día a día se a creado y darle una imagen nueva a la mujer no siempre la obediente la niña buena la princesa que vive metida en un vestido y casa con lujos sino la aventurera que aprende por medio de situaciones que tenga que pasar y esta bien que las niñas vean eso. lo que es la realidad que la vida no es un cuento de hadas y ademas que como todo humano en la tierra,tiene que decidir por si sola,tomar decisiones sola, depronto perderse y volver a encontrarse. para que así puedan encontrar la salida a tantas situaciones que les tiene preparada la vida.
ResponderBorrarestos son unos de los cuentos mas populares y enriquecedores ya que nos narra una historia donde nos enseñan los valores y las responsabilidades de la vida ya que como aquí caperucita desobedece a su madre ya que ella le había dicho que no le recibiera nada a nadie y ahi es cuando nos damos cuenta lo importante que es obedecer a nuestros semejantes ya que ellos con su experiencia nos dice para bien las cosas deberdad que es una historia épica de reflexión
ResponderBorrarCaperucita roja y la sexualidad femenina: En compañía de lobos
ResponderBorrarNos enseña como los cuentos han sido a través de la historia utilizados como herramienta para guiarnos y educarnos mediante la tradición cultural, tal es el caso de caperucita en el que se pretende guiar a las niñas en la precaución frente al género masculino que en determinado momento podría considerarse "mujeriego y embustero" que haciéndose pasar por bueno engaña a las jóvenes y las seduce llevándolas a un camino de muerte o amargura.
Adicionalmente, es importante destacar como los cuentos a través de la historia también se han ido modificando, por ejemplo: Versiones más recientes de Caperucita incluyen otros roles como el cazador, lo cual podría identificarse como el cambio o transformaciones de la sociedad.
Interesante publicación (algo curioso me pasó...Infancia destruida en 3, 2, 1: El cazador no salvó a caperucita ni a la abuelita :o).
ResponderBorrarPerrault quizás tenía buenas intenciones, sabe que los lobos abundan, pero esa no es la manera de hacerlo. Poner a la mujer tras de unos muros psicológicos para alejarla del peligro no es la solución.
Algo similar pasa hoy en día, dicen que a las mujeres las violan por "provocadoras", por usar minifaldas, por vestirse bonito.
De esos pensamientos lobos es que debemos librarnos, esta sociedad está tan corrupta, que cree que para evitar una violación, la mujer debe vestirse diferente. Todo, absolutamente todo radica en una palabra: "Educación", a los hombres y a las mujeres ya no se les enseña el respeto mutuo. El mundo está para descubrirlo, para andarlo y si es preciso rodearnos de lobos.
La verdad con esta lectura se puede reflejar los diferentes puntos de vista que se tiene sobre un mismo tema, ya que por los Hermanos Grimm caperucita roja es una niña ingenua que no conoce el mal, y se deja llevar por la situación esperando a que en algún momento sea rescatada, lo contrario a lo que se ve en la lectura ya que Caperucita es una niña que no le teme a nada, que está dispuesta a vivir aventuras solo por experimentar la vida. Una persona que sería capaz de defenderse si así lo necesita, Pero encantada por un hombre guapo que nunca había visto se deja llevar por disfrutar lo que él le pueda ofrecer.
ResponderBorrarEn la actualidad, se ven casos relacionados, donde las mujeres sin importar las consecuencias se dejan llevar por el momento. No se fijan en el hombre que tienen al lado y acaban con sus sueños solo por la atracción o por lo que creen que le pueden brindar. Como se ha observado, los hombres buscan una mujer no para tener una relación comprometida sino para gozar el momento y aprovecharlo, ya que se ha llegado a tener una influencia de los medios en que las cosas deben ser así. Primero porque las mujeres ya no ven la vida como antes, con ganas de formar un hogar u organizar una familia, segundo porque se ha llegado a tener un desapego por encontrar al "hombre perfecto" y ya simplemente se disfruta con el equivocado y por último los intereses de los hombres se han marcado en autos, carreras, equipos de fútbol, trago y drogas.
Es una lectura que abarca más allá de un pensamiento antiguo de cultura desde los hombres hacia las mujeres pero que con el tiempo ha ido cambiando de manera radical como a caperucita que siempre vivió en su cuanto pero engañada y que en realidad nunca detectó la verdad hasta el momento en que se vio acorralada así mismo lo viven las mujeres en la actualidad aquellas que no son fuertes sino más vulnerables dentro de esta sociedad insesta .pero en esta lectura abarca igual el otro tipo de mujer aquella que es aventurera que es decidida pero que no mide riesgos, estamos rodeados de muchas personas bipolares que no tienen un pensamiento o una cultura establecida, esta es caperucita a quella mujer aventurera y a la merced no sólo de este hombre sino dispuesta a cualquier otro que llegue con grandes proposiciones. Como ella hay muchas mujeres que en la actualidad vivien encerradas en un mundo de fantasía
ResponderBorrarMI comentario es sobre caperusita roja
ResponderBorrarel relato trata de como alguien desconocido es capaz de seducir a otra persona, en este caso la niña se deja convencer del lobo a quien apenas conoce. en la vida real puede que sea hombre o mujer, conocemos personas y damos la libertad de entrar en nuestras vidas a primera vista, no sabemos que es lo buscan, algunas veces, no todas, suelen hacer daño. como conclusión, deberíamos conocer mejor a las personas antes de permitir que entren en nuestras vidas.
Yair antonio florez ferrer.